
Entré a mi etapa mutante este fin de semana. Son de esas cosas que pasan sin que te des cuenta. Así nomás. Pasa cuando sucede.
Yo me doy cuenta cuando empiezo a tener ganas de verme mejor, de sentirme bien. Sonrío más, incluso cuando voy divagando por la calle escuchando música.
Me puse a pensar en que siempre soy la que le quiere meter los goles al portero. Nunca he estado en otra posición que no sea la ofensiva.
Analizo a mi rival, busco formas para poder perforar la meta y no me doy cuenta que lo que tal vez necesito es ser portera.
Pese a que los porteros son los primeros en salir criticados a la hora de permitir un gol, tienen una posición cómoda. Sólo esperan a que el equipo elabore una jugada y en conjunto se consiga la anotación o, lo más común, que de manera individual, el jugador del equipo rival se ponga frente a él y en un mano a mano evitar o permitir una anotación.
Siempre he jugado de mediocampista o de delantera. Tomando como metáfora al deporte más espectacular del mundo (muy mi punto de vista so what?) me veo siempre en la posición de analizar a mi rival, saber sus movimientos, conocer sus estrategias de juego.
El portero, cómodo, sólo espera a mi llegada para atajar los balones que discretamente le mando. Algunos serán lentos, otros serán auténticos penales. Por lo general, los guardametas a los que me ha tocado enfrentar son buenos y no permiten que ninguna pelota rebase la línea de gol. No se dejan.
Algunos son más cómodos que otros. Por ejemplo, se la pasan viendo desde su meta como voy elaborando mi jugada. En cuanto se dan cuenta que me tiro al ataque ¡sopas! Se echan al pasto sin problema alguno para tomar tranquilamente el balón y alejarlo lo más rápido posible para que intente de nueva cuenta otra jugada ofensiva con la que tal vez logre perforar por fin la valla.
Aunque también la posición de arquero es ingrata pues es al primero al que se le echa la culpa de que caiga una anotación, pero eso en mi metáfora no funciona.
Los porteros, en mi juego, en mi partido, son comodinos. Esperan a que vaya al frente y atajan ferozmente. Lanzan lejos el balón. Es como cuando ya vas a llegar a la punta del iceberg pero en una de esas escaladas pisas mal y vas pa'bajo again.
Me levanté con ganas de querer ser portera. De atajar cuanto balón me quieran tirar, de cuanto gol me quieran anotar.
Quiero cambiar de posición. Como cuando en la cuadra, en la cáscarita con los cuates, sólo tenías que gritar "¡Cambio de portero!" y entonces otro era el que se ponía los guantes.
Quiero ser ahora quien sólo esté expectante a que el delantero elabore una jugada ofensiva pero no colectiva, porque en mi juego (de nueva cuenta) no existe el trabajo en equipo. "Tres son multitud" dirían por ahí.
¡Cambio de portero! Me toca ponerme los guantes y esperar a que el jugador sea ofensivo y me analice para poder perforar mi meta. Quiero ser ahora quien ataje todos y cada uno de los balones que me pongan enfrente, hasta los penales.

Es mi turno y el portero (que realmente sí es portero) debe quitarse los guantes, concentrarse en sus tiros y, si corre con suerte, tal vez me tire a la izquierda sabiendo que su tiro va a la derecha y consiga, por fin, el gol que lo convierta en campeón.