
Dieciseis los años que tenía cuando realicé mi primer viaje fuera de la ciudad.
Un hermano de la má se había ido a vivir a Guadalajara por cuestiones de trabajo así que lo tomamos como el pretexto perfecto para alejarnos del caos que siempre ha representado habitar en la Ciudad de México.
Tomamos las maletas, el pá no quiso acompañarnos porque su trabajo no se lo permitía así que mi hermano y yo salimos de la mano de mamá para emprender el viaje.
Compramos boletos y nos fuimos en tren.
Una experiencia distinta era salir de la ciudad pero otra aún más especial era viajar en tren. Me lo imaginaba como en las caricaturas. Por lo menos con Remi lo usaron más de tres veces.
Llegamos a las 12 de la noche a la estación Buenavista.
Los asientos eran muy incómodos y mi hermano se sentó solito. Papá nos recomendó que lo dejáramos a él y que mi má se sentara conmigo para no ir solitas. A final de cuentas terminamos acomodándonos los tres en dos asientos.
Íbamos cubriéndonos del frío con un par de cobijas que mamá empacó como precaución ya que viajaríamos de madrugada.
Nos dijeron que llegaríamos alrededor de las seis de la mornin' a la Perla Tapatía.
Sin querer, Guadalajara ha estado ligada a mí desde pequeña.
Amaneció y seguíamos a bordo.
Mamá me mandó a preguntar en dónde es que íbamos y que si faltaba mucho para llegar.
Me encontré en el pasillo al maquinista. Me dijo que ya nos habíamos pasado y que estábamos en Tlaxcala, que nuestro destino se nos había pasado como por dos horas.
Con mi carita de pánico, corrí a decírselo a mi mami pero antes de que llegara a ella, el maquinista me alcanzó y con una sonrisa me dijo que no era cierto, que en poco tiempo estaríamos llegando a Jalisco.
"No le veo la gracia" pensé.
La experiencia que viví con mamá a bordo de ese tren fue maravillosa pese a que me la pasé dormida, incómoda, pero dormida.
Me pareció especial porque en el sueño pensaba que en cualquier momento nos iban a hacer descender unos ladrones con paliacates que cubrían su rostro (tal cual ahora los tapabocas nos lo cubren) y que se iban a llevar todas nuestras pertenencias.
Creía también que al amanecer sólo vería a mi paso un montón de maizalez con varios girasoles asomándose a ver al astro rey.
Imaginé que al llegar a la estación en Guadalajara sus pisos de madera crujirían cada que yo diera un paso al frente para correr a los brazos de mi tío. Que miraría un reloj al centro y que habría personal que con una sonrisa nos diera la bienvenida.
No.
No hubo nada de eso.
Lo único que me recibió fue el calor del abrazo del hermano de la má y un montón de tapatíos apáticos, temerosos de que "los chilangos" les fuéramos a robar sus pertenencias, tal y como los ladrones de trenes hicieran en sus épocas de auge...